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Extraído del libro “HISTORIA DE LA SOCIEDAD FILARMÓNICA DE LAS PALMAS Y DE SU ORQUESTA Y SUS MAESTROS” de Lothar Siemens Hernández (1995), (páginas 30 . 47).
Durante el siglo XVIII, en el ambiente de La Ilustración en Las Palmas de Gran Canaria se fraguó la primera generación de compositores canarios de la era contemporánea. Al finalizar el siglo existían tertulias con academias musicales en casas particulares de algunas personas notables. En la de los Matos de la calle de los Balcones, en la de los Avilés o en la del fiscal Zuaznávar, que se preciaba de tocar bien el violonchelo.
En 1808, contratado por la Catedral como maestro de Capilla, llegó desde Madrid José Palomino. Habiendo sido violinista brillante y eficaz de la Capilla Real española en su juventud y músico de cámara del rey de Portugal, era a su vez un afamado compositor interesado en los nuevos lenguajes del clasicismo y, aunque murió a los dos años de su llegada, sentó las bases para la organización de una orquesta moderna en Las Palmas de Gran Canaria. Unos años más tarde, antes de mediar el año 1815, llegó a nuestra ciudad el músico siciliano Benito Lentini que, al constatar su virtuosismo pianístico y su calidad de compositor moderno, no lo quisieron dejar marchar y el cabildo catedralicio lo nombra maestro de Capilla. Lentini terminó de reforzar la orquesta y la dirigió con energía y entusiasmo, pero su mayor empeño fue que la ciudad tuviera un gran teatro donde se representaran obras dramáticas y óperas. El 31 de enero de 1842 se puso la primera piedra del que sería Teatro Cairasco, siendo una fecha crucial para la historia de la Sociedad filarmónica pues su existencia sería la razón de ser.
Al final de 1830 y en la década de 1840 se produce un momento de innovación cultural en toda España. La Sociedad Liceo Filarmónico Dramático Barcelonés promovía su gran teatro de ópera, unos años antes en Madrid había nacido el Liceo Artístico y Literario y en Sevilla se pondría en marcha una asociación de igual nombre. Fue en el 1839 cuando se pone en marcha la idea del Teatro naciendo al año siguiente una Sociedad Dramática y en 1844 el Gabinete Literario para, entre otros fines, promover las actividades del teatro, creando dentro de su seno diferentes secciones, una dedicada a la música, así como una institución de enseñanzas medias con cátedra de música que ocupó Lentini.
En 1845, en ese ambiente eufórico generado por la inauguración del Teatro y por su primera temporada teatral, que sirvió para consolidar a la orquesta de Las Palmas como empresa social útil y de prestigio, se creó el contexto propicio para que los propios músicos, al margen de la sección de música del Gabinete Literario, decidieran poner en marcha por primera vez en las islas una asociación filarmónica. Había nacido nuestra Sociedad Filarmónica. / Abr/Jun 2011.
Crónicas de la Sociedad Filarmónica/“Como conseguir un patio de butacas “bonito y decoroso” según el sabio hacer de Bernardo Melián”..
Con la candidez y el entusiasmo de los pocos años (aún no pisaba los 30, pero próximo y el orgullo y un algo de suficiencia (era tesorero de la Sociedad Filarmónica), me acercaba a la oficina (trasera del Galdós) a retirar mis localidades para el concierto de turno.
Recuerdo que era de piano, “ Buenas tardes Bernardo, a por mis dos butaquitas de lo mejorcito que pueda, tirando por la izquierda”.
“Vamos a ver…” Y como el cirujano que estudia el campo de intervención más conveniente o el estratega militar que diseña y medita donde dar el mazazo que incline la balanza de su objetivo, el bueno de Bernardo hablaba entre dientes, miraba un listado, un planillo…
Hacía unos cálculos y pronunciaba sentencia: “aquí están de las mejorcitas que puedo darle”.
Gracias Bernardo, ¿algo que firmar o deba saber?.
“Nada de particular. No olvide pasar por aquí el día del concierto para el cachet del músico y pagarle en el descanso”.
Y así concierto tras concierto. Hasta que un día, disponiendo de un poquito más de tiempo, la curiosidad almacenada me motivó: “Dígame Bernardo, por favor, acláreme que cuentas y operaciones hace Ud. Cada vez que despacha unas localidades a cualquiera de los socios”.
Verá Usted: “Yo tengo calculado según el intérprete, el día de la semana, el programa, etc. … más o menos, la asistencia. Tengo más que visto y cocido el aspecto de la sala desde el escenario y, no hay nada más feo y desmoralizador para el artista, y desprestigiador para el público y afición de la ciudad, como ver una sala semi-vacía o con lunares muy grandes. Como yo se me y conozco los gustos y “manías” de los socios, mientras “hago que busco”, me tomo mi tiempo y voy acomodando, sobre todo el patio de butacas: dos por aquí, cuatro por allá, dos por detrás, etc. … al final se compone el rompecabezas: cuando el artista levante la vista tendrá “buen ver”.
Razones, pensé y, lo que es más, “profesionalidad astuta y cariño a la entidad”.
Un abrazo Bernardo y siga usted paseando a los 90 y tantos años
Un fuerte abrazo.
Bernardino Correa Beningfield.
Jul/Sept. 2011
No tengo experiencia sobre la manera de gestionar una sociedad de conciertos como nuestra Sociedad Filarmónica de Las Palmas. Para mí, armar la programación de una temporada me parece una tarea difícil, si se quiere hacer con la inteligencia precisa, pues habría que saber conjugar con éxito tres factores: la oferta disponible, la demanda natural de los socios y una directriz cultural que ofreciera ciertos niveles de innovación.
Mi curiosidad por la música culta actual es irrenunciable, no lo puedo remediar. ¿Cómo vivir en una época de espaldas a lo que sucede en ella? Y esto choca con el rechazo del público hacia la experimentación de nuevos lenguajes que se salgan de la tonalidad y de la consonancia. Una programación a mi gusto sería nefasta y disolvente. No obstante, estimo que en cada temporada habría que incluir un par de obras actuales que, sin pesar más de lo necesario, enriquezcan y confieran contraste y color por lo menos a un par de conciertos.
Porque nuestro público lo que quiere es disfrutar y no sufrir, esto es, sentirse cómodo escuchando música y no desazonados ante lo que no se entiende. Para entender hay que activar ambas semiesferas del cerebro, y para disfrutar sólo una, la más pasiva. Pocos son los que acuden a los conciertos a desentrañar enigmas sonoros con sus cinco sentidos. Normalmente se va a gozar de la música consagrada, y también de la gran destreza y mecanismo de los ejecutantes.
Pero hay también mucha música no consagrada de grandes autores que merecería la pena ser conocida. Es otra opción más grata y edificante: incluir en algunos conciertos obras infrecuentes de autores consagrados. Hay por lo menos dos músicos en la historia consolidada que, de manera excepcional, nos ofrecen una producción muy variada e interesantísima: Carl Philip E. Bach y Franz Liszt. Ambos fueron grandes experimentadores de la forma, unos continuos buscadores de nuevas maneras de articular los discursos musicales. Se ejecuta hoy de ambos muy poco de lo mucho que escribieron.
Liszt tiene ahora su año conmemorativo. Y en la programación de nuestra sociedad se le tributa un recuerdo por medio de un gran artista del piano canario: José Luis Castillo, músico curioso y escrutador de obras injustamente marginadas. Estemos atentos al programa de Castillo, donde podremos descubrir facetas nuevas de ese gran intelectual que fue Franz Liszt. Y aboguemos por conocer cada temporada aspectos inéditos de otros músicos famosos, lo que nos aportará sin duda muchas satisfacciones.
Lothar SIEMENS HERNÁNDEZ.
Oct/Dic. 2011
Todos tenemos referencias en nuestra vida, la edad hace que aunque consideremos el futuro a desvelar también miremos más, cada vez más, nuestro pasado, que siempre puede servir de ejemplo y de acumulación positiva de experiencias. En mi pequeña historia la Sociedad Filarmónica, familiarmente “ la Filarmónica”, ha supuesto una sucesión de páginas relevantes, algunas de ellas de importancia por el grado de participación activa en la responsabilidad que me tocó asumir. Ha quedado bien escrita la historia de nuestra Sociedad, pero cada uno tiene pequeños detalles y recuerdos que quizás merezcan la pena trasladar a los demás. Sobre todo, si consideramos que somos una buena familia, con su pasado, su presente y su futuro, que merecen haciendo justicia, potenciar, y que quizás contribuyan a mejorar o a afrontar con mejores perspectivas lo que nos quede por vivir y disfrutar. Heredé de mi tía-madrina, que no se perdía un concierto de la Filarmónica, un álbum de autógrafos que arranca nada más ni nada menos que con “Arthur Rubinstein”, 19.6.1916”(sic). No soy muy dado a coleccionar firmas ni fotografías en plan sistemático, pero cuando repaso papeles viejos, testimonios privados o de prensa, y el álbum citado, compruebo la importante presencia de mi “Filarmónica” en mi vida: en ella hice amigos, aprendí, me entusiasmé con nuevos proyectos e ilusiones, luché y creo que el balance es positivo. El referido álbum viene otra vez a colación porque a partir de la fecha señalada es abrumadora la importancia de las firmas que allí se contienen. La galería de pianistas que nos visitaron y firmaron, además muchos de ellos repetían, pues eran como amigos, es impresionante: Geza Anda, Julius Katchen, Witold Malcuzynsky, Friederich Gulda, Nikita Magaloff, Louis Kentner, Alexis Weissemberg, y los españoles José Cubiles, Alicia Larrocha, Joaquín Achúcarro, Rafael Orozco, entre muchas firmas legibles, revelan-añadidos a cellistas como Cassadó, Maurice Gendron, o violinistas como Ida Hendel y cantantes como Ofelia Nieto, Lauri Volpi, Victoria de los Ángeles, Elizabeth Schwarzkopf, lo bien que lo pasábamos en los conciertos de nuestra Sociedad y justifica que nuestro público sea tradicionalmente reconocido como experto y exigente. La defección de nuestra casi profesional orquesta nos obligó a otra política de espectáculos, sumando más grupos y orquestas de cámara, conjuntos de todo tipo, nuevos géneros, lo que se llevó a momentos de gloria y auge, gran número de socios, que son el origen y fermento de nuestra vida actual y del futuro, que aunque con nuevas dificultades, deseo sea aún mejor.
Juan Cambreleng Roca.
Ene/Mar 2012
No aporto nada nuevo al comentar que considero a la Sociedad Filarmónica como un bien muy preciado. Un bien del que he disfrutado desde mi niñez, por lo que me considero persona privilegiada al haber nacido poco antes del inicio de la segunda etapa de su existencia. En alguna ocasión he comentado – y no está de más repetirlo – que la Sociedad Filarmónica, junto con El Museo Canario, el Teatro Pérez Galdós y el Gabinete Literario, constituye pilar fundamental de la cultura grancanaria desde su arranque allá por 1845.
Al igual que cualquier otra persona que podía beneficiarse de sus actividades, fui llevado a los conciertos de la “Filarmónica” desde muy niño: se trataba de un rito familiar, hoy, abandonado. Y como mártir dispuesto a sufrir aquella costumbre a tan temprana edad – siete u ocho años – recuerdo que al principio trataba de pasar el rato del mejor modo posible. Ya fuera desde una butaca o desde un palco, mi entretenimiento consistía en no perder detalle de los movimientos de la extraña y un tanto mágica figura del director de orquesta. Era una época en que casi todos los conciertos se veían favorecidos por la participación de la Orquesta Filarmónica que, por entonces, pertenecía a la Sociedad. (Cuando venía un solista, solían producirse dos tipos de conciertos: uno, el del recital del intérprete, y otro, su actuación con la orquesta.) Y así, cuando el director subía al podio, mi única ilusión era esperar a verlo levantar sus brazos al ritmo de la música; y, en haciéndolo, contemplar cómo se le abría el frac por detrás, pareciendo que iba a emprender el vuelo cual vulgar cucaracha. ¡Fue una lástima que nunca echara a volar hacia las alturas, tal y como mi imaginación pensó que iba a hacerlo en más de ocasión!
A la segunda etapa de la programación de la “Filarmónica” que se inicia en 1943, van unidos los nombres de diversos directores: Luis Prieto, Fernando Obradors, Álvarez Cantos, Pich Santasusana… Tras mi paso por la directiva de la Sociedad Filarmónica – viví la nunca estudiada defección de la Orquesta en profundidad – indagué sobre algunos de aquellos primeros directores titulares de la institución. Del salmantino Luis Prieto tenía el recuerdo de haberme apartado del coro del colegio – con toda la razón del mundo –, por las pocas condiciones de mi voz. Luego indagué sobre su persona; su actividad como pianista para amenizar las sesiones de cine mudo en el Cuyás junto al violinista Aurelio Manclares, y su labor como compositor: una misa canaria y un himno dedicado a Gran Canaria fueron las obras que más me llamaron la atención. Pasados los años, en 1993, visité en su domicilio de Badalona, al ya octogenario director Juan Pich Santasusana. No había hecho otra cosa que sentarme a conversar con él, cuando su amable esposa se disculpó por no poder ofrecerme “Agua de Firgas”. Tras varias horas de charla sobre su estancia y labor en esta ciudad, así como de la pérdida de la partitura del himno que, con letra de Néstor Álamo, había dedicado al Club Victoria de Futbol, el maestro me obsequió con una grabación de su “Glosa al arrorró canario” en versión para chelo y piano. El chelo lo interpretaba un nieto suyo…
Pedro Schlueter. / Abril/junio 2012
Extraído del libro “HISTORIA DE LA SOCIEDAD FILARMÓNICA DE LAS PALMAS Y DE SU ORQUESTA Y DE SUS MAESTROS” de Lothar Siemens (1995), (Capítulo 3 / páginas 47 ……. 53).
Como ya sabemos, el 1 de junio de 1845 se crea la Sociedad Filarmónica. La directiva estaba formada por la flor y nata de las fuerzas vivas de la música de Las Palmas de Gran Canaria, representada por tres generaciones de músicos de prestigio, presidida por el licenciado en Derecho y violinista consumado José Afonso Álvarez. Hay constancia de que contaba con un soporte de socios oyentes para los que se organizaba conciertos sin periodicidad mensual. Por las actas del Gabinete Literario se conoce que ya el 22 de junio pide la recién nacida Filarmónica a esta institución la utilización gratuita de una de sus salas e igualmente utilizar los bancos y atriles del teatro hasta el momento que en que consiguiera los fondos oportunos para poder costear sus propios enseres y ubicación. Aunque no llegaron a un acuerdo, colaboraba asiduamente en el teatro e incluso se ofreció a soportar voluntariamente algunos bailes de dicha sociedad.
Uno de sus objetivos primordiales fue sumarse a la más actual corriente cultural europea y americana de “dar conciertos”, pues hasta ese momento los conciertos se reducían al ámbito de las funciones litúrgicas y teatrales. Parece que por primera vez en la historia de Canarias se piensa en organizar conciertos periódicos puramente musicales. Es por tanto la Sociedad Filarmónica la que comienza a desarrollar la actividad concertística en nuestra población, la puerta abierta al desarrollo de una cultura musical cívica de tipo autónomo.
Mientras se preparaba el primer concierto público inaugural que sería el 6 de noviembre de 1845, los músicos atendían con entusiasmo a la temporada teatral y, quince días antes en el teatro, al gran baile organizado por el Gabinete en agasajo a los marinos norteamericanos de un buque que hizo escala en el puerto. Llegado el acontecimiento se repartió el programa manuscrito por el secretario Agustín Millares Torres ya que carecían de fondos. Precisamente se aprovechaba el concierto para recaudar fondos tan necesarios para mejorar y completar el instrumental entre otros menesteres.
Mirando el programa de este primer concierto, llama la atención el deseo de aquellos músicos de ejecutar la música más actual y de realizar estrenos de autores canarios. Significó todo un éxito y la recaudación permitió que se pudiera alquilar los enseres necesarios y un local propio para ensayos. También pudo financiarse la impresión del programa de mano del segundo concierto, el 16 de diciembre, en el que se atrevieron a interpretar nada menos que la Segunda Sinfonía de Beethoven.
Estos primeros pasos de nuestra Sociedad, en estos tiempos que vivimos, son un ejemplo fehaciente de lo que consigue el trabajo, la pasión y la voluntad.
Jul/Sept. 2012.